Jaime Miranda B. en el MICROMUSEO de Gustavo Buntinx
Con Cargo Cult Jaime Miranda Bambarén hizo escala en la ciudad del puerto. Sin barco, todo lo contrario, trajo de la selva un avión caído, sujetado por ramas desvisibilizadas.
Las dos atmósferas terminan siendo en mi retina traducción de la conversación dialéctica entre los cuerpos dañados de siempre, uno de material metálico-plástico y el otro orgánico-madera, ambos esculpidos por el tiempo natural y la desmesura humana. *Durch Natur und Hybris verwittert*, entendiendo "Witterung", como aquella expresión alemana que hace referencia a las condiciones atmosféricas en rangos de tiempo, tanto cortos como casi eternamente largos, al barrunto, el husmeo y el olfateo animal, o lo que hacen cuando huelen que se les viene algo encima. El avión militar, los uniformes de soldados que podrían haberlo utilizado, las esferas de madera tallada a partir de lo que fueron corazones de raíces, la presencia inobjetable del chamán desaparecido, una brújula quebrada. El altar está puesto.
La muestra de Cargo Cult en esa antigua sucursal del desaparecido Banco de Perú y Londres, no es una muestra, es más bien un parque de juego, un playground, un kindergarten, un gabinete de curiosidades. Es en efecto un gran desorden, pero es lúdico, es un patio de cultos. No es por gusto que son los niños los que al entrar corren para maravillarse con la avioneta desmembrada y canibalizada, o con las Semillas, o con la sombra de un arma automática de triste historia universal.
Hay una historia en cada uno de los objetos recogidos o esculpidos por Miranda Bambarén, lo que para él viene a ser la misma cosa, él recoge la realidad y la trabaja con herramientas herzogianas, para decirlo de algún modo. Como el cineasta alemán, hace de la exageración y pathos un juego ligero pero que mantiene su perspectiva grandilocuente. Es como dirían los alemanes: una "Landschaftstotale", un paisaje totalizador.
Esa vista de águila nos descubre la perversión de lo que economistas como el suizo Hans-Christoph Binswanger, (quien se hizo conocido por incluir la variable ambiental en la modelación de la economía) llaman la Espiral Del Crecimiento.
Con la instalación de Jaime Miranda, nos asalta, apenas divisamos el avión estrellado, la certeza que todo sigue siendo igual de frágil como siempre. Un visitante de la muestra alarga tímidamente los dedos y acaricia la avioneta que cuelga despedazada, se queda largamente sintiendo el material y luego me dice quietamente y con rostro asustado “¿y a esta cosa tan delgada le confiamos nuestra vida?” Como consecuencia ambos nos miramos y sin decírnoslo nos remitimos en paralelo al mito de Ícaro.
Espiral Del Crecimiento cortada con sierras, es círculo virtuoso y a la vez vicioso porque es un crecimiento insostenible en la medida que los recursos materiales del planeta Tierra lo son, pero los recursos de la creatividad humana no son limitados. La Espiral Del Crecimiento es integradora, es un remolino que hechiza todo, pero a la vez en su giro descontrolado expulsa y excluye. Si en las cuatro últimas décadas han mejorado los estándares de vida para muchos millones en el mundo, ¿por qué para otros muchos millones no? Es entonces en primer lugar un organismo vicioso y luego algo virtuoso ¿o es al revés?


Un objeto larguirucho en el suelo, puesto como por descuido en el centro de la segunda sala, un tanque de soldadura oxiacetilénica, me recuerda que un artista y el curador lo han dejado allí, han salido y que regresan en un ratito para seguir jugando con muchos pequeños detalles más. Y me llevo impreso el símbolo del poder industrial soviético en uno de los pedazos canibalizados que le dan un toque Ajinomoto.
Ha sido un placer tomar el micro y esperaré con paciencia en el siguiente paradero.
Martin León Geyer
22.02.2017
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